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jueves, 11 de julio de 2013

¿Está la administración del Metro preparada para una gestión de personal de cara al siglo XXI?


Por Carlos Julio Díaz Lotero
Analista ENS

La doctrina define el sistema de relaciones laborales como “la forma en que se adoptan las decisiones para distribuir los frutos de la producción entre los productores y aquellos que proporcionan los medios para que la misma se  realice”[1]. En los inicios del desarrollo industrial estas relaciones eran arbitrarias y los conflictos se resolvían con la violencia, la fuerza o la exclusión, como forma de perpetuar la dominación de ciertos grupos sociales sobre otros.

La conquista del Estado Social y el desarrollo de los sistemas democráticos establecieron la negociación y el diálogo social como procedimiento pacífico para resolver los conflictos en la sociedad y en el mundo del trabajo. Al respecto, Marshall había señalado que “uno de los principales logros del poder político durante el siglo XIX fue allanar el camino al sindicalismo, permitiendo a los trabajadores hacer uso de sus derechos civiles colectivamente”, y que en este sentido “el sindicalismo creó una especie de ciudadanía industrial, en la que los derechos civiles colectivos podían utilizarse no sólo para negociar en el auténtico sentido del término, sino también para consolidar los derechos fundamentales”[2].

El derecho de los trabajadores a asociarse en sindicatos y a negociar colectivamente sus condiciones de trabajo y empleo, están reconocidos hoy en todos los pactos y tratados internacionales sobre derechos humanos, hacen parte de los convenios internacionales del trabajo (convenios 87 y 98), y son parte integrante de nuestra constitución política (arts. 38 y 53).
Sin embargo, la “Cultura Metro”, de la que tanto nos sentimos orgullosos los antioqueños, no ha incluido hasta ahora estos derechos como parte integral de dicha cultura. Desde 1995, año en que entró en operación la Empresa de Transporte Masivo del Valle de Aburrá, las decisiones y regulaciones de las relaciones laborales nunca se controvirtieron. Nada se negociaba.
 
Con la creación del sindicato de los trabajadores del Metro de Medellín, hace unos dos meses las cosas empezaron a cambiar, pues uno de los efectos que tienen los sindicatos es dar voz y autonomía a los trabajadores. Por una parte se destapó una problemática acumulada dentro de la empresa por este modelo de gestión autoritaria y verticalista. El abuso de poder, el acoso laboral, la incertidumbre por la naturaleza de la contratación, la utilización de los sistemas de contratación para hacer politiquería y clientelismo, la falta de garantías en los procesos disciplinarios, y el miedo y el temor por el futuro, hacían parte de la “Cultura Metro” desde la raya amarilla hacia lo interno de la empresa.

El sindicato fue recibido por la empresa con desconfianza; su aceptación fue a regañadientes, y su reconocimiento no va más allá del alcance impuesto por la ley. Se ha intentado de manera soterrada debilitarlo y limitarlo al máximo para que su influencia sea lo mínimo posible. Para los directivos de la empresa lo ideal sería que no existiera, pues no cabe en su cultura premoderna. Los mensajes ejecutivos de la administración señalan como un acto de deslealtad la creación del sindicato. Sottovoce se dice que solo tendrá posibilidad de progreso y ascenso dentro de la empresa el personal no sindicalizado.

En el proceso de negociación del pliego de peticiones que presentaron los trabajadores para intentar resolver los problemas que los afectan, los voceros de la empresa expresaron su preferencia por resolver éstos en negociaciones individuales con cada trabajador sin la mediación del sindicato. Dejaron entrever la posibilidad de promover otro sindicato que fuera subalterno y dócil a sus argumentos, se han negado a concertar espacios de diálogo social para tramitar los problemas que existen dentro de la organización; han sido mezquinos en brindar garantías para el funcionamiento del sindicato, y han rehusado a dar cualquier crédito político a éste en la solución de alguno de los problemas.

La administración del Metro no ha asimilado la creación del sindicato, ni mucho menos la necesidad de negociar muchas decisiones que antes se tomaban de manera unilateral y caprichosa. En su estilo de gestión no aceptan compartir el poder absoluto con que siempre han gobernado la empresa, no creen en los valores democráticos como parte de la cultura empresarial, ni han entendido que los trabajadores, después de18 años de operación de la empresa, han llegado a su mayoría de edad y quieren ejercer sus derechos de ciudadanía laboral.

No existe un modelo de relación laboral ideal; sin embargo, se puede mencionar que un modelo deseable sería en el que la empresa y el sindicato consiguieran sus objetivos más importantes. Los problemas y los conflictos se resolverán de manera adecuada si la empresa y el sindicato construyen un modelo de relaciones laborales en el que ambas partes se apoyen recíprocamente para lograr sus objetivos (resolver su problemas) en una relación de adulto a adulto.

Un modelo, en fin, en el que se reconozca que la fuerza de uno y otro radica en las coincidencias, porque hay un principio articulador que los unifica: el crecimiento y  prosperidad de la empresa, del sindicato y de sus trabajadores.


[1]OIT Las relaciones laborales: Un desafío para el sindicato. Sepúlveda – Malbrán, Juan Manuel y otro. OIT.
[2]Marshall, T. H.  Ciudadanía y Clase Social. Alianza Editorial. 1992.

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